Las Respuestas de Martina





—Martina, ¡esta tarde estás muy tranquila!

—Sí, papá; estoy pensando en una pregunta que nos ha hecho la maestra de la escuela dominical.

—¿Una pregunta? ¿Es difícil de responder? —dijo el padre y, tomando el papel, leyó: «Escribe el nombre del más grande pecador que conozcas.»

—Tú lo encontrarás —agregó el padre, sonriendo.

Martina estaba perpleja... De pronto recordó los nombres de dos criminales de quienes se hablaba en los medios periodísticos.

—¡Ahí tengo la respuesta! Pero, no —pensó—, yo no los conozco. Bueno, quizá debo buscar en la Biblia... ¡Ah, sí!, el apóstol Pablo dijo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1.ª Timoteo 1:15).

—¡Papá, ya encontré la respuesta! ¡Es Pablo!

—Pero, Martina, ¿tú has conocido al apóstol Pablo?

—¡Oh, no! ¡Entonces yo no sé quién es!

—Busca aún, hijita.

Después de reflexionar unos momentos más, la niña se acercó a su padre y le dijo suavemente:

—¡Mira! —y el padre leyó: MARTINA.

—Muy bien. Ahora abre tu Biblia y lee el versículo 8 del capítulo 5 de la epístola a los Romanos: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
El domingo siguiente los niños recibieron una nueva pregunta: «¿ERES SALVO?»

Inmediatamente, Martina escribió con grandes letras «SÍ».

—¿Cómo sabes tú que eres salva?

—Porque creo lo que Dios dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
Después de leer este relato, nos gustaría hacerte dos preguntas:
1) ¿Eres pecador? ¿SÍ o NO?
Tanto el apóstol Pablo como Martina respondieron que sí. Y tú, ¿qué respondes? Dios dice:“No hay justo, ni aun uno... Todos se desviaron... No hay quien haga lo bueno... No hay temor de Dios delante de sus ojos”(Romanos 3:10-18).
2) ¿Eres salvo? SÍ o NO?
Confiesa a Dios tu pecado. Entonces serás “justificado gratuitamente por Su gracia... por medio de la fe en la sangre del Señor Jesús ” (Romanos 3).
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